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Cuando decidí escribir esta novela me encontraba en la indecisión de llamarla “El Capitán Centroamérica” o “La Aldea”. No voy a negar que para tomar esta decisión, estuve atento a las atinadas sugerencias sobre lo que consecuentemente podría significar el éxito o el fracaso en el interés de los lectores por la obra según su título, pero un juicio personal me llevó a inclinarme por el nombre que se le ha dado. Aunque nuestra sociedad latina es tendenciosa a crear personajes y volverlas celebridades, quizá como una necesidad asociada a su realidad vivencial, que normalmente no trasciende por lo místico ni por la ficción extraordinaria, generalmente nace en el manifiesto tangible de un liderazgo causado por el prójimo o el conocido, cuyas acciones le permitan ver materializados muchos de sus sueños, a través de la grandeza distintiva de sus proezas y sobre todo, de un reconocimiento de raza para hacer frente a la adversidad que hace escarnio en el bienestar de su gente.
Dentro de la sociedad latinoamericana, quizá la más apabullada es la centroamericana, los índices de marginación y rezago en el desarrollo humano se manifiestan con mayor crudeza que en otras latitudes del mismo continente. No es que tenga intenciones de etiquetar peyorativamente a esta región y sus pobladores, ni hacer del hermano centroamericano un ente discriminado, pues estas naciones son como ciertas regiones de mi patria, donde se adolece de los mismos problemas. Lo único que nos divide es la fragmentación política que demarca nuestras naciones, por lo demás, son similares nuestras historias, nuestras raíces, nuestras costumbres, por nuestras venas corre la misma sangre y nuestros sueños convergen al mismo punto.
En la generalidad de la novela trato de expresar los sinsabores de esos estratos sociales que lo conforman los que menos tienen y menos gozan de oportunidades, aquellos cuyas necesidades son frecuentemente allanadas por el interés de sus opresores. En ella también trato de expresar lo que en viva voz no puedo, referir por ejemplo, que los naturales de estas tierras son descendientes de Los Mayas, dignos habitantes del pasado terrenal que con su legado dieron ejemplo y pauta para enfrentar con valor las adversidades de su medio y de su tiempo; y que ese genoma que transmite desde tiempos remotos y ancestrales hasta la sociedad de nuestros días, es el que los distingue como una raza fuerte e inteligente, para que sea el manifiesto de una nueva actitud en la vida de cada infante, de cada mujer y de cada hombre, y juntos puedan trascender de un individuo común a un notable personaje, como una causa individual en favor de sus connacionales. Por ello, en esta obra el personaje que le da vida al héroe, no goza de las características de un virtuoso alienígena, ni de un excéntrico millonario cuyas pretensiones sean las de salvar al mundo. El personaje nuestro es un individuo común y corriente, con defectos reprobables e intolerables por sus hábitos cleptómanos, como causa de sus desvaríos, pero que tiene como recurso su creatividad y su valentía para enfrentar los retos y los desafíos que demarca la adversidad, aunque estos por su ostentosidad parezcan inquebrantables, inamovibles e invencibles.

 

El autor.

LA ALDEA

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