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SEÑOR, PERDONA NUESTRAS OFENSAS

En el fatídico año 2009, he sentido un fuego calcinante penetrar mis entrañas y mi alma, pues al perder a mi hijo amado, no hallé consuelo en las palabras, me angustiaba pensar que con el tiempo, su recuerdo también disipara en la memoria de quienes tuvimos la dicha de conocerle, como se disipa el humo en el espacio y más aun, que las generaciones futuras de su propia consanguinidad, supieran jamás de su existencia.

​​Abrigué como terapia el escribir partes de mi historia junto a él, aunque agradables fueron sumamente dolorosas, con muchos litros de lágrimas derramados, sin embargo, en el transitar de las letras fui encontrando diversas formas de pensamiento. Estos escritos son producto del dolor de una partida, no me atrevo a describirlo como un libro porque no poseo el arquetipo de un escritor, pues nunca antes había irrumpido en esta actividad, ni nunca antes había escrito algo más que los informes producto de mi empleo, sólo antes lo hice para cumplir con el protocolo de mis estudios profesionales y en otra ocasión, en un intento fracasado de elaborar un prontuario de química que perdí a causa de un virus cibernético, cuando casi estaba terminado.

Inicio con un diálogo ante el cuerpo que perteneciera a mi hijo, este doloroso trance me lleva a recordar los primeros momentos de su existencia, desde ese compás de espera que hay cuando supe que mi esposa estaba preñada hasta que llegó el alumbramiento; después, me ubico en las primeras experiencias de la vida cotidiana, pasando por lo chusco y agradable hasta lo adverso de la convivencia humana y en algunas, en las que obliga a citar situaciones que requirieron el tráfico de influencias, para lograr derechos que constitucionalmente tenemos como garantía.

Registro las experiencias religiosas, sentimentales, deportivas y políticas que caracterizaron con cierta singularidad a mi hijo y lo hicieron notable, pese a su corta edad y que en lo particular me dejaron enseñanzas de gran valor.

Regreso a la etapa del dolor impío y me doy a la tarea de buscar respuestas sobre la existencia de Dios, de saber si mi hijo en esos momentos es la nada o se encuentra en algún lugar al que yo también podría acceder en algún momento, mis allegados me proporcionan literatura especializada y me hablan de los escritos sagrados de la Biblia, pero el dolor obstruye mis sentidos.

Busco una respuesta a través de un referente basado en las conversaciones con Dios, pero por accidente entro en contacto con personas de pensamiento místico y en ellos encuentro considerable cantidad de respuestas, pero no satisfacen mis incógnitas, continúo mi transitar y encuentro a otros que me infieren su inexistencia y pretenden insertarme por razón una conciencia extraterrestre, pero les cuestiono con algunos temas asociados a la física newtoniana, y son incapaces de responderme; sin embargo, me abrieron una puerta para buscar en los ámbitos de la geometría y las matemáticas.

A través de la numerología encontré los pensamientos filosóficos de Hermes y de Pitágoras, los que me llevaron por senderos astrales y entonces, decidí consultar el pensamiento de los hombres notables por su intelecto en las diversas épocas del conocimiento y del desarrollo humano.

Durante la descripción de mis relatos, obtenidos por consultas, mensajes e intercambios, experimenté diversas situaciones que me llevaron a concebir la existencia de Dios y su infinito poder, pero también abrigo una forma de pensamiento quizá diferente a la que me fue inducida, quizá porque en mi lógica también difiere de la actuación de los que pregonan su palabra, cual indican las sagradas escrituras. Y por muy patético que parezca, me brindo el derecho de postular en el acto creacionista, una mezcla de las teorías científicas y los postulados teológicos, así como mi forma imaginaria de ver el fin de nuestros días.

Reconozco que aunado a mi dolor, coexiste el dolor ajeno y el pasaje que vivo no es algo privativo, por lo que en un atrevimiento no consultado con otros dolientes, conmemoro en referir a quienes desde el momento de mi dolor también partieron, haciendo énfasis en las obras y los actos que les dieron notoriedad entre su gente; y de igual forma, por los que fueron víctimas de eventualidades que impactaron colectivamente en interrumpir su existencia en esta morada. Mi experiencia es sólo una más, que espero abone a acompañar el dolor de quienes quedan en sufrimiento y en algún momento abriguen la esperanza certera que Dios les enviará señales de su existencia, en el momento adecuado, pues seguramente Él habrá recibido a nuestro ser querido sin cuestionar: ¿A qué iglesia perteneces?

El Autor

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